miércoles, 6 de julio de 2016

Acrobacias sexuales

       
 Muchas veces miramos con admiración a los acróbatas, giramos la cabeza para ver mejor las imágenes que creemos imposibles para nosotros y, no nos engañemos, la gran mayoría piensa en qué tipo de posturas sexuales son capaces de realizar.

       
La flexibilidad es muy importante a la hora de movernos, pero muchas veces, lo que más nos limita es la falta de imaginación. Permite que tu pasión se desate y deja que tu cuerpo se exprese como desee, seguro que te sorprenderás.  

 Resumen adaptado de la novela "Carmín, el lado oculto”
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                           Relato erótico

      Noté sus manos buscando mis pechos por debajo del vestido, levanté los brazos para que lo pudiese sacar con facilidad, e hice lo mismo con su camiseta, inclinándome para dejarle espacio y se pudiese quitar el pantalón. Una vez liberado me dejé caer sobre él, me gustaba sentir el fino vello de su pecho sobre mi piel desnuda.
       Buscó mi cuello y lo besó con delicadeza, sabiendo que esa caricia conseguiría estremecerme y erizarme toda la piel, no importaba cuántas veces lo hiciese, en este caso era una rutina maravillosa de la que nunca me cansaba.
       —No entiendo cómo puedes tener la piel tan sensible —dijo sonriendo mientras pasaba un dedo por mi muslo, comprobando que todo el vello estaba erizado.
       —En realidad tus caricias me son indiferentes, ¿a que finjo bien? —pre­gunté notando un estremecimiento recorrer mi cuerpo mientras su boca pasaba al otro lado de mi cuello.
       —Sí cariño, finges muy bien —contestó ahogando una risita besándome con fuerza, a la vez que introducía un dedo en mi vagina, consciente de que sus besos conseguían humedecerme sin demasiada dificultad—. Sabes fingir muy, muy bien —repitió mientras palpaba suavemente en mi interior.
         
       Aprovechó mis propios fluidos para lubricar el resto de mis genitales acariciándolos con agilidad. Me elevé un poco para facilitarle la labor, volviendo a apoyar mis manos sobre el respaldo del sofá, dejando mis pechos a la altura de su boca. No resistió la invitación y pronto sentí sus labios recorriéndolos, succionando con viveza mientras su lengua recorría el pezón al mismo ritmo que sus dedos frotaban mi clítoris.
       Eran dos caricias separadas que yo sentía confluir en el centro de mi vientre y que cada vez me abrasaba con más intensidad. Perdí la noción del tiempo, como siempre me pasaba cuando me entregaba a sus caricias, noté cómo humedecía su dedo por última vez para seguir acariciándome mientras me penetraba. Empecé a moverme arriba y abajo con suavidad, intentando no perder el contacto con sus dedos juguetones que me estaban haciendo ver las estrellas a pesar de tener los ojos cerrados.
       Poco a poco dejé caer mi tronco hacia atrás, deslizándome entre sus piernas hasta que mi cabeza tocó la alfombra, creí que no podría aguantar mucho más la fricción de sus dedos si seguía acariciándome de esa manera. Por suerte dejó de hacerlo para asir mis tobillos y tirar de ellos hacia arriba, abrí los ojos sorprendida, intentando situarme y aclarar mi posición.
       La imagen, que de no haber estado tan excitada me habría parecido peligrosa, era tremendamente excitante en esos momentos. Él se había incorporado y estaba de pie, rodeaba mis tobillos con facilidad y tiraba de ellos hacia arriba, dejando que la gravedad me devolviese a mi lugar hasta tocar la alfombra otra vez.
       Desde esa perspectiva miré mis pies sorprendida, sentía mi cabeza chocar suavemente contra la alfombra cada vez que él dejaba de atraerme, para volver a tirar de mí y penetrarme con fuerza una y otra vez. Fueron sólo unos segundos de desconcierto que no permitieron que mi excitación disminuyese en absoluto, cerré los ojos y me concentré en esa invasión tan poco usual, en la dura y firme fricción que incrementaba el ardor que sentía.
       Noté como mis piernas empezaban a temblar, la electricidad que recorría mi espina dorsal y la tensión que se acumulaba en mi vientre, sabiendo lo que estaba a punto de ocurrir, deseando que sucediese, que le sucediese a él también. Hundirme en esa maravillosa relajación que tanto me gustaba compartir con él.
       —Cariño, no puedo aguantar más —pude gemir de manera entrecortada, no sé si por la postura o la excitación.
      —Sí, hazlo —me animó como tantas otras veces—. Me gusta sentir tu presión cuando te dejas ir.
      
       Dejé de reprimirme para abandonarme a las sensaciones físicas y emocionales que se habían concentrado en algún lugar de mi cuerpo y mi cerebro, hasta que me invadieron por completo llegando a los rincones más recónditos. Cuando volví de mi enajenación momentánea, sentí sus últimas acometidas, y cómo dejaba de mecerme para concentrarse en su propio placer, que noté descargar contra mí con sus familiares convulsiones.
       Le vi abrir los ojos y mirarme sorprendido, como si no entendiese muy bien qué hacía con la cabeza en el suelo.
       —¿Bonitas vistas? —Bromeé cruzando los brazos detrás de la cabeza.
   —¡Oh cariño! ¿Qué haces ahí abajo? —Preguntó mientras me dejaba deslizar suavemente, acompañándome con sus manos hasta el suelo.
       —Eso me preguntaba yo hace un rato —respondí mientras me estiraba totalmente en la alfombra.
     —Qué bestias, ¿cómo hemos podido hacer esto? —se acomodó riendo junto a mi espalda y entrelazó sus piernas entre las mías mientras besaba mi espalda.
       —No lo sé cariño, pero te aseguro que no ha sido premeditado, por lo menos por mi parte.
       —¿Estás bien? —Preguntó preocupado, tocándome la cabeza— ¿Te duele algo?
       —Pues ahora que lo dices, empiezo a notar ciertas molestias en los tobillos.